El debate sobre qué es y qué no es arte se ha extendido, en las últimas décadas, también al mundo de los videojuegos. Aunque para Nietzsche el arte implica decirle «sí» a la vida, cosa que parece oponerse al mundo irreal creado por los videojuegos, ya son muchas las voces que apuntan a que habría que hacerles un hueco entre la literatura, la música o el cine en el caprichoso mundo del arte, por eso están apareciendo videojuegos en los que se valora a la par el factor estético como el lúdico.

Una muestra de esta nueva tendencia la podemos encontrar en ‘for (){}’, una curiosas simbiosis entre videojuego y arte, ideado para ser exhibido en el que es actualmente el hábitat natural del arte: los museos y las galerías, y donde se sustituye la fría pantalla por el lienzo, para ser más exactos, un tríptico formado por tres lienzos, así como un proyector y un mando.
Pero… ¿se convierte el videojuego directamente en un arte por estar en un lienzo?, para muchos esta pregunta podría generar un largo y complicado debate, pero sin embargo, para mi, la respuesta está muy clara: los videojuegos ya son un arte por sí mismos, en todos los sentidos y sin la necesidad de tener que pasar por encima de ningún lienzo.
Mientras jugamos a un videojuego podemos sentir un gran abanico de emociones, y precisamente en esas capacidades de transmisión donde el videojuego alcanza la categoría de arte, ya que a los mandos de nuestra consola preferida podemos experimentar muchas cosas que van más allá de lo que podría considerarse como el entretenimiento puro y duro.

Quizá se debería explorar más esta relación con capacidades aún dormidas y latentes que comienzan a establecerse entre el arte y los videojuegos, sin embargo, es aquí donde el videojuego como tal se encuentra delante de un problema importante: la industria, por que los sistemas de entretenimiento digitales nacen como una industria, donde lo que más interesa es que las propuestas que se van a comercializar sean rentables y generen la mayor cantidad de ventas posible.
Según el creador de este proyecto, el señor Brent Watanabe, quien quiere hacer tangible la estrecha relación que comienza a establecerse entre el arte y los videojuegos, nos llega la propuesta de crear un juego infinito en el que en cada uno de esos tres lienzos, se busque recrear los conceptos de purgatorio, cielo e infierno, dejando al margen las implicaciones religiosas referentes a estos tres estados.
Así se nos queda un juego de plataformas en el que se combinan los tres lienzos coloreados por la distinta proyección de personajes, enemigos, que podría recordarnos al primitivo sistema Odyssey, una consola en la que para jugar correctamente teníamos que pegar una serie de plantillas directamente en nuestra pantalla del televisor.
Este videojuego se acerca más al aspecto plástico que al emocional, por lo que lo convierte en un videojuego artístico que además, está insertado en el formato que siempre ha pertenecido al arte clásico y fue diseñado para ser mostrado en una galería. Si te interesa conocer esta instalación, debes saber que se encuentra en Kittredge Gallery, en el estado de Washington de los Estados Unidos, esperando a ser visitada.

Una interesante iniciativa que puede ayudar a acercar los videojuegos a un tipo de público que normalmente no fijaría sus intereses en ellos, aunque primero, debe saltar un importante problema cultural. Como antes hemos mencionado, el videojuego nace como algo industrial para ganar dinero, no como una una disciplina artística o algo de carácter espontáneo, por lo que su desarrollo como arte posee un futuro incierto, ya que por ahora el inconsciente colectivo no lo considera automáticamente como tal.