[box type=»info»]Artículo escrito por un compañero de profesión (de la de ingeniero no la de bloguero) y de lectura recomendada para todos los ingenieros. Su nombre es Esteban y su twitter por si queréis contactarle es @_grasas_. El artículo salió publicado en el número de enero de 2013 de la Voz del Colegiado (de Ingenieros de Caminos) y en el muy interesante blog de Manuel. Puedes descargarlo en pdf aquí. La foto es propiedad de felipe_gabaldon y la he añadido yo para darle un poco de color al artículo.[/box]
Frente a un suceso traumático es preciso tener una narrativa que nos ayude a integrarlo, a darle explicación dentro de nuestra historia. Si esta narrativa es común a muchos individuos el discurso se verá lógicamente reforzado. En el caso de la crisis económica actual la narrativa común, hasta consensuada, es que estamos así por los políticos y los bancos.
Uno de los símbolos más recurrentes de esta narrativa son las infraestructuras innecesarias y redundantes. Infraestructuras viarias, cientos de miles de viviendas, aeropuertos, o Ciudades de (Luz, Justicia, Artes, siempre conceptos elevados)… se usan sistemáticamente para reforzar la historia: políticos y banqueros. Conocerán la letanía. Como ingenieros que han intervenido en todos esos símbolos debemos estar felices de que se nos haya dejado fuera del discurso. Los técnicos desaparecen salvo muy pocos casos en los que los castigados son, ay, arquitectos con Calatrava de paladín.
Pero los ingenieros hemos participado en todo el proceso, en todo el dislate, en todo el despilfarro. Desde los puestos más elevados, CEOs y ministros hasta el ayudante de jefe de producción y el supervisor de calidad. Todo el proceso ha sido pedido, preparado, diseñado, supervisado, ejecutado y facturado por Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Lo propongo abiertamente: introduzcámonos en nuestra narrativa de la crisis: políticos, banqueros y nosotros, ingenieros de caminos. Asumamos nuestra responsabilidad.
Aclaremos desde el principio: esto no es una caza de brujas. Las cazas de brujas es mejor hacerlas cuando hay pastel que repartir. Tampoco se trata de coger un excremento hecho de culpa y lanzarlo al ventilador: eso no cambiará el pasado. Se trata de crear un nuevo discurso de acuerdo con una realidad que nosotros mismos construimos. Pensando en un futuro de deudas que dejaremos a nuestros hijos. No querremos ver repetido el mismo y triste Tercer Acto.
La postura del lector en este momento probablemente sea la siguiente: frente a una posibilidad de cambio narrativo ¡en la que uno pasa a ser el protagonista! no queda otra que negarlo y situarse a la defensiva. No, no y no. Fueron otros. Se puede invocar la defensa que tantísimos soldados de tantísimas fuerzas armadas emplearon: nosotros obedecíamos órdenes. Se puede negar siempre que sabíamos lo que estábamos haciendo y se puede negar las consecuencias que ello tuvo. Se puede separar nuestra narrativa de la realidad que creamos. Se puede, pero evitémoslo.
Uno a uno los ingenieros fuimos conscientes de qué hacíamos mal y a qué nivel lo estábamos haciendo. No se trata de la omnisciencia del ingeniero y de que “esto lo veíamos venir”. Es haber hecho conscientemente mal nuestro trabajo (evidentemente no siempre). Recordemos que teníamos un código deontológico de Ingenieros de Caminos, pero hemos hecho más caso de El Lazarillo de Tormes, mito fundacional de nuestro país. Piense cada uno qué hizo mal. Qué proyectos de mala calidad redactó. Qué tierras compactó indebidamente. Qué línea de AVE innecesaria apoyó en una comisión. A qué aeropuerto innecesario se presentó su Delegación. Qué beneficios en especie dio o recibió. Qué estudio de tráfico inventó. Piense, piense y piense en todo el abanico de posiciones que un Ingeniero podía ostentar y sabrá qué es lo que hacía mal. Muchas veces llevado ahí por el Zeitgeist imperante. Porque todo el mundo lo hacía. Porque nos lo pedía el superior al que no podíamos decir que no. O por lo que fuese. El vórtice de las vacas gordas.
Una vez nos ha escupido el vórtice nos enfrentamos a un vacío que hemos creado y facturado. Miraremos a nuestro pater familiae el Colegio buscando explicaciones por su inacción como Padre (en el sentido Freudiano) que a saber si nos hubiese salvado. Debemos mirarlo y preguntarle a la cara por su ausencia, pero también debemos evitar la narrativa simplista de políticos+banqueros+Colegio. Colegio éramos todos.
De todas las ofensas de la que todos somos responsables (por tanto la peor de todas) es haber sido conniventes con la creación de un clima en el que la crítica no tenía razón de ser y por eso no existía. De nada servía quejarse porque la máquina no iba a parar. Evitar hacer algo que sabíamos erróneo no impediría que otro no lo hiciese en vez de nosotros. No había (apenas) voces en contra porque no dejábamos un espacio donde existiesen. No se nos recordará por nuestras corrupciones individuales en un sistema ya corrupto, se nos recordará el acuerdo tácito con las corrupciones ajenas, con dejar que exista ese sistema corrupto.
Ahora sumidos en la crisis empiezan a aparecer voces críticas (nótese el paralelismo con la escena política nacional). Compañeros como Manuel de Lucas o Manuel Vázquez Riera denuncian públicamente desde sus blogs que ejercer la profesión con criterios distintos a los técnicos genera siempre un impacto negativo que como siempre recibe el contribuyente. Incluso en la propia Voz del Colegiado[1]. Profesores Universitarios como Alberto Camarero y Miguel Ángel del Val publican en prensa de difusión nacional artículos críticos con la política de conservación de carreteras (El Mundo, 11 de agosto 2012). El contraste con la situación pre-crisis es abrumador: vivíamos no ya en la falta de crítica sino en muchos casos en las alabanzas al propio modelo autodestructivo. Por ello quería agradecer a los anteriores compañeros (y disculparme ante los que haya olvidado) por ser los primeros en iniciar lo que debería ser un nuevo clima de crítica, diálogo y planificación responsable de nuestra labor.
Alguien que sepa de psicología dirá que lo que estoy haciendo es intentar repartir mi culpa en los demás para sentirme liberado. Evidentemente esto es así. Pero esa es mi guerra. La culpa de cada uno de ustedes no es sino suya. Cada uno lidiará con ella como mejor sepa.
El propósito de este escrito es hacerles reflexionar, sacudirles levemente de una narrativa cómoda que elude responsabilidades. Pedirles que hagamos entre todos un ejercicio de autoanálisis y asumamos la parte de la que somos responsables. No tengo el conocimiento suficiente como para arrogarme el derecho de plantear una hoja de ruta a seguir. Pero se pueden plantear esbozos.
En Australia han tenido recientemente problemas con estimaciones sobreoptimistas en carreteras de peaje. De algo nos debe sonar esto. Nos sorprende que el Ministerio de Infraestructura y Transportes haya encargado un estudio para determinar las causas de estas sobreestimaciones y mejorar la capacidad del propio ministerio de invertir en nuevas infraestructuras. Las conclusiones, recogidas en el enlace, hacen referencia a los incentivos que intervienen en el proceso.
Atacar al incentivo, algo muy Freakonomics, es un paso importante. Para ello hay que exponer qué no funcionaba bien o qué estaba corrupto en el anterior sistema y por qué era beneficioso corromperse. Para ello tenemos que asumir en nuestra narrativa que nosotros fuimos agentes activos en el problema. No “nos ha pillado la crisis” como a otros colectivos. Nuestra crisis la hemos construido nosotros con el dinero de los demás y la hemos facturado.
Cualquier medida que nos propongamos para evitar repetir la ruina en la que nos encontramos debe pasar por asumir que somos agentes con responsabilidad social y económica. Asumamos esa responsabilidad.
[1] Abril 2012, La Voz del Colegiado nº 356